A continuación comparto con ustedes algunas notas de mi "Bitácora de abstemio", perteneciente al proyecto "Performance de Resistencia Hedonista Interáctiva", mencionado en detalle más abajo. Lamentablemente, el epílogo a esto es la pérdida de otro amigo, de esos que no conocemos personalmente, pero que la muerte se encarga de manosearnos el corazón igualmente.

DIA 7

Fatal. Exceso de café, imaginación, producción fantástica de fantasmas. Tengo mi primera crisis. No daré detalles, más lo tomé con humor.



DIA 17

Aquellos trofeos transparentes, verdosos con etiquetas de papel, algunas mal olientes por dentro, otras portando invisibles, la amenaza de seguir acumulando más trofeos similares. Desde la adolescencia, se guardan algunas incluso. Que copas de oro o plata, botellas lánguidas. Qué orgullo, sobre todo para alcohólicos esporádicos o señoritas universitarias, quienes en un rincón de su pieza, o más bastarda estética aún, en una repisa o una ventana, acumulan decenas de envases vacíos de licores, la mayoría en promoción o restada de un cumpleaños de la compañera de departamento o curso.
En nuestros talleres se han acumulado centenas. No me atrevo a calcular, pero ha sido tal cantidad, que hemos hecho un sin número de tonteras con ellas, desde fotografiarlas hasta entregarlas a niños tontos scouts, que más felices que nosotros cuando las bebíamos, cargaban el botín hasta el auto del viejo Venegas. Otra vez con Pato, estando en Baquedano, construimos idiotamente el llamado “jardín de las botellas”, que no era más que una cincuentena de botellas de vino enterradas de punta, con la boca o el gollete hacia abajo, y dejando expuestos sus culos vidriosos a la superficie. Pato hizo la zanja, yo las limpié y enterré. En la primavera, junto a los rosales y el espantapájaros construido de desechos, confirmaban que era un patio de artistas, tristes y sin dinero, pero contentos de tanta juventud, arte y copete.



DIA 18

Los días pasan rutinarios, espesamente aburridos. Relámpagos opacos, secos y de actividades lacónicas. Da lo mismo fumar o beber. Beber fue el premio, beber fue entretenerse y madrugar con los amigos, extraño madrugar, extraño a los amigos. A esos de años, sin nuestras vestiduras caballerescas de ahora, con la misma costra seca dentro de la cabeza, que se enjuagaba día tras día con litros interminables de cerveza baltica comprada y robada en la esquina de la plaza Perú. Y luego meada impacientemente en los parques, los patios de escultura, las tinas de greda, sobre la noche entera de octubre y desde un andamio alto en Barros Arana. Si me preguntan que es lo que recuerdo de la universidad, responderé que vagamente nada. Una que otra diapositiva, una imagen repentina que atravesó mi cuerpo y se hizo añicos en una parte de mi corazón, una risotada oscura, un vaso tras otro y muchas pero muchas ganas de vivir, para seguir “veviendo” al otro día.



PENÚLTIMO DÍA.

Como si todo fuera poco. Me acabo de enterar que Murió Richard Wright, nuestro tecladista, el más apreciado por mí, por su silencio constante, (no hay nada más molesto que un músico parlanchín). Se nos fue como todos nos iremos, con una brusquedad dramática, que sólo la muerte le sabe adjudicar a los vivos. El Hammond, el Farfisa y el mini-moog de Pink Floyd ya están silenciados, con las luces apagadas y de un momento a otro con las teclas secas y frías, listas para dormirse también, en ese mismo sueño cálido de notas y acordes, que Wright supo darle a sus melodías y a las texturas del sonido Floydiano.
Controversial paradoja a esta hora de abstinencia, Rick nunca soltó el pucho de entre sus dedos y sin duda que supo disfrutar de su vida, de artista, de ser humano distinto al resto, de una profesión que existe desde el útero y que sólo los artistas comprendemos porque se abraza y no se suelta nunca, hasta que ésta misma nos extingue. Aunque nadie me crea (mi sobriedad pasajera puede ser engañosa), siempre supe que sería el primero en morir, es cierto que el buen Barret se nos adelantó, pero del cuarteto más duradero, pensé que él iba a ser quien comenzaría la lista de viajeros. Es más, anoche, mientras terminaba de leer el libro “Inside Out”de Nick Mason, lo volví a pensar. Y la macabra reflexión se hizo más profunda al leer las fechas de nacimiento y burdamente asocié que Rick era el más viejo de todos. Para un énfasis peor, luego soñé tocando teclados. Y no se porque extraña razón, desde mi adolescencia fanática, he sentido que habría un antes y un después de su muerte. No tengo explicaciones.

Mañana pensaba volver a beber, y nominar las razones de mi vuelta una a una, con cada sorbo. ¿Para qué? Mañana brindaré por Richard William Wright, por cada canción suya, por cada día, desde que lo escuche por primera vez




2 comentarios:

Poeta Carla Escobar dijo...

uuuuyyy...
de fondo violeta me canta gracias a la vida mientras leo palabras dedicadas a la muerte.
juerte.
:-/

Anónimo dijo...

ADMIRO LA SINTONÍA QUE EXISTE ENTRE TU CEREBRO Y TU CORAZÓN...ES COMO SI TUVIERAS UNA ESCALERA
...


......

...
O ENTRE TU CORAZÓN Y LAS ESTRELLAS.
ESCRIBES MARAVILLOSO CRISTIAN
TE FELICITO
QUE DIOS TE BENDIGA
Y AMÉN

SALÚ!!!

MEL